LA TRAGEDIA DEL ISLAM CONTEMPORÁNEO (III)
Armando de la Torre
Un rápido vistazo a la violencia del mundo de hoy confirma lo insólito del extremismo islámico contemporáneo. El Presidente Obama, por cierto, se ha rehusado a siquiera mencionarlo por su nombre, y algunas otras buenas personas se le han sumado porque no creen poder referirse al Islam sin incluir bajo el mismo epígrafe y al mismo tiempo los múltiples terrorismos en el pasado por parte del Occidente cristiano. Con eso creen salvar objetivamente su imparcialidad sobre tales hechos.
Los creo equivocados.
Si tomamos como punto de comparación la segunda década de este siglo con la de los setenta del siglo pasado, emerge en seguida un claro contraste: el terrorismo islámico era entonces uno entre muchos; hoy es el único que opera.
Hallamos, por ejemplo, que en aquel ayer no tan lejano atormentaban a Inglaterra y a la Irlanda del Norte las repetidas acciones terroristas de los integrantes del Ejército Republicano Irlandés (IRA por sus siglas en inglés). Simultáneamente, la próspera República Federal alemana se veía aturdida por los secuestros y muertes de personalidades y las bombas contra objetivos civiles de la Baadeer-Meinhof Bande (Rote Armée Fraktion), mientras que en Italia los “Brigatisti Rossi” ponían a temblar a la población civil, entre cuyas víctimas mortales se incluyó nadie menos que el ex Primer Ministro demócrata cristiano, Aldo Moro. En España, al mismo tiempo, los separatistas vascos (ETA) multiplicaban, crueles, las pérdidas de vida de inocentes en el norte del país. Y en Francia, los independentistas corsos que se sumaban por su parte a las contrapuestas facciones derivadas del conflicto franco-argelino, no dejaban respirar en paz a los ciudadanos respetuosos de las leyes de la V República francesa.
Inclusive, asimismo, en nuestra América hispana, nos tocó vivir los horrores de la insurgencia y de la contrainsurgencia en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, la Argentina, Chile, el Uruguay, la interminable de Colombia y la más deshumanizada de todas, la del Sendero Luminoso en Perú.
El culto a la violencia feroz había devenido por un tiempo práctica diaria y casi universal…
Por supuesto, la más desalmada de aquellos días, tenía por objetivo la cancelación total del Estado de Israel con el apoyo más o menos encubierto de algunos Estados Islámicos de la región. También se daban incidentes por esos años de tipo confesional en la India, Indonesia, Filipinas, Tailandia, Birmania, y en el África negra en Kenia, Somalia, Eritrea, Biafra (en Nigeria), Uganda y en muchos otros puntos dispersos del continente negro, sobre todo donde la expansión musulmana tropezaba con fervorosas comunidades cristianas ya arraigadas de mucho tiempo atrás.
De todo aquello hoy solo sobrevive, y más enconado que nunca, el terrorismo de corte islámico, intensificado exponencialmente a partir de los ataques suicidas contra las Torres Gemelas, en Nueva York y contra el Pentágono, en Washington. Hoy decir “terrorismo” ya solo equivale a decir fanatismo autodestructivo bajo el pretexto de la voluntad de Aláh, entre una parte sustancial de la juventud que se confiesa adicionalmente jihadísta, desde Libia en el norte de África hasta Afganistán en el corazón del Asia.
Es un hecho que todas las grandes religiones monoteístas se proclaman como la única vía verdadera hacia Dios, pero el Islam, encima, incluye una declaración de guerra santa permanente contra todos los no seguidores del eterno mensaje del Corán. Esta óptica es la interpretación más ortodoxa y frecuente del término “jihad” entre los teólogos y eruditos del Islam. La absolutista Arabia Saudí, por ejemplo, prohíbe la presencia de cualquier capilla o iglesia cristiana, o sinagoga judía, en todo su territorio, al tiempo que se vale de la tolerancia del Occidente para financiar con sus petrodólares fastuosas mezquitas, de Buenos Aires a Berlín.
Peor aún, lo más macabro de todo ello reside en que el mayor número de víctimas mortales de los jihadistas sobre la base de ese terrorismo islámico desaforado se cuenta entre sus mismos correligionarios islámicos, como lo ejemplifica el actual desangramiento de Siria.
La auténtica tragedia del Islam contemporáneo.
Cada acto de violencia, cada paso enderezado a la liquidación de otros, termina por desmoronar al propio Islam tanto adentro del corazón de los pacíficos como al exterior de sus masas de seguidores. O sea que con cada golpe de terror encaminan su causa hacia un precipicio mortal y también para ellos mismos. En otras palabras, han emprendido una marcha hacia su ocaso definitivo al largo plazo, y sin que sus perpetradores caigan en la cuenta de ello. Los creyentes en el último según ellos de todos los profetas, Mahoma, se valen de un axioma que toman prestado de la tradición hebraica: “que matar a un hombre equivale matarlos a todos.” Eso siempre se había interpretado por sus exegetas metafóricamente, pero los exaltados jóvenes terroristas, en cambio, del día de hoy prefieren traducirlo literalmente a la destrucción de la entera humanidad si no responde al llamado de los muecines a la oración desde los Almenares de las mezquitas cinco veces al día, y postrados en la dirección a la Meca.
A esto último incluso apunta la posibilidad de una generalizada guerra nuclear desde el Pakistán de los talibanes, o del Irán de los ayatolas. Esto es, en realidad, lo que a todos más espanta.
Porque ese Islam tan desgarrado a lo interno por innumerables sectas de inspiración todavía predominantemente tribales puede arrastrarnos desprevenidos a un holocausto planetario, en esa búsqueda desesperada de una identidad que creen haber perdido durante los últimos tres siglos a manos del Occidente.
¿Lo oyes, Obama?
(Continuará…)