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LA RAÍZ DE MUCHOS DE NUESTROS DILEMAS: LOS “SEÑORITOS”
Por: Dr. Armando de la Torre
Desde hace tiempo he rastreado por todo nuestro mundo iberoamericano el prototipo del “señorito”, ese personaje tan pernicioso brotado de aquella prosperidad inesperada que derivaron en su momento de la plata y del oro de América los Conquistadores y también sus nietos y bisnietos.
Un rasgo que históricamente vino a tipificar la decadencia imperial española, notable ya con toda fuerza por allá del Atlántico y por acá de la América desde el siglo XVII.
Aquel “señorito” español del Barroco tuvo mucho de heredero, y poco a su turno de hacedor, de soñador mucho, aunque de previsor muy poco; gentil y refinado, pero siempre hipercrítico de todos los demás y muy alejado de la experiencia sudorosa del trabajo manual. Para ello siempre les bastaron los esclavos africanos y la servidumbre de los indígenas.
Tampoco fue un fenómeno social deliberado, sino que muy espontáneo (o “dialéctico” según Hegel como por primera vez lo estereotipó en su “Fenomenología del espíritu” nada menos que en pleno auge napoleónico, hacia 1807).
Una treintena de años más tarde otro joven, de nombre Karl Marx, se habría de sentir por ello tan atraído e iluminado que le sirvió de cierre a su esquema dialéctico sobre el “amo” y el “esclavo”.
Por otra parte, entre los países germánicos del norte de Europa, por los que se movió el joven Marx, no había trazas del tal fenómeno retrotraíbles del “señorito” a ninguna “Conquista” militar hecha por sus antepasados sino a aquella otra revolución pacífica y artesanal que hoy solemos calificar de la “primera revolución industrial”.
Tema por cierto observado y abusado hasta el cansancio por casi todos los socialistas de los últimos dos siglos. Pero que por la escasez de espacio aquí rehúso a ampliar.
El “señorito” satisfecho, pues, según la acepción corriente que además a él aplicó el modernismo español después de aquel año del “Desastre” (1898), cuando fueron barridos los últimos baluartes imperiales de la Conquista (Cuba, Las Filipinas y Puerto Rico), vino lamentablemente a encarnarse en muchos de los indolentes burguesitos “mimados”; que gozaron no menos de las ventajas del trabajo ajeno aunque esta vez los que sudaban y gemían era los inmigrantes libres aunque muy pobres llegados desde la vieja Europa al “Nuevo Mundo”.
Y así, también el arte del Occidente, muy en especial a ratos el de la música clásica y con más frecuencia el de la romántica que les fueron coetáneos, supo recoger e idealizar con gran belleza las frustraciones existenciales de semejantes herederos ociosos. Por ejemplo, la de los estudiantes “bohemios” en el París de la” Belle Époque”, que habían esbozado por escrito Flaubert, Víctor Hugo, Emilio Zola o León Tolstoi o la de los muy plebeyos toreros y sus amantes; que entre muchos otros enalteció al máximo George Bizet y a su turno adornaran con dulces melodías y ritmos vocales también Verdi y Puccini, y que perdura hasta el día de hoy, aunque retadas más recientemente por la de los “blues” de Nueva Orleans, el Rock de “Elvis Presley” y los ritmos que se tornaron tan populares de los “Beatles”.
Pero el “señorito” se proyecta también bajo otros enfoques, el del perpetuo “revolucionario”, por ejemplo, que tanto sedujo para sí mismos a Fidel Castro y a Ernesto Guevara, o la del escritorzuelo hipercrítico, como lo rezuman hoy con frecuencia algunas de las redes sociales.
Pero lo que aquí quiero subrayar de nuevo es lo muy contradictorio y hasta lacerante de muchas de sus imitaciones romantizadas: las de Oscar Wilde y Teddy Roosevelt por ejemplo, que fueron en su momento arquetipos contemporáneos entre sí y antagónicos de otras formas del “señorito”, testigos ambos del traspaso del poder imperial y global de Europa a América.
Ortega y Gasset se opuso a esa “nobleza de sangre célebre” tan cacareada en los nostálgicos medios de masas de hoy, precisamente cuando apenas ya quedan monarquías.
O un Fernando Botero o un “Timochenko”, polos irreconciliables en nuestra vecina Colombia. O también en Cuba, como el en Guatemala tan poco conocido contraste entre un Julio Lobo y un Fidel Castro, cada uno no menos “señorito” que el otro. Pero uno conservador y el otro permanente “revolucionario”.
Fidel se me ocurre como el mejor exponente del “señorito” destructivo: privilegiado previamente en todos los sentidos, sin mérito alguno de su parte, pero bañado, encima, del oro que heredó de su tosco pero muy emprendedor padre inmigrante y semianalfabeta. Implacable, además, como suele comportarse todo aprendiz de “señorito”, también aquí y ahora, en esos juicios tan simplistas y condenatorios de todos.
Pues Fidel jamás trabajó en su oficio de abogado ni supo ganarse salario alguno, mimado, empero, tanto por algunos otros acomodados muy ignorantes como por el torrente de los hombres-masa de su tiempo.
El “señorito” perfecto como estímulo para todos los de aquí y que como tales aplauden la presencia de la CICIG.
Pues en Guatemala tenemos ahora sobra de tales ejemplares que, típicamente, piensan a la moda del extranjero y por eso gesticulan hacia la izquierda y hasta se creen la parte más encomiable de ella.
Por ejemplo, en nuestro caso, desde hace medio siglo, desertaron de sus “estudios” en la Universidad de San Carlos para incorporarse al terrorismo urbano o al predominantemente rural. Mas hoy solo insultan, desde el anonimato como otros “peladeros” más, y aun a la parasítica espera de su “resarcimiento” por parte de quienes laboramos todos los días y no nos hemos declarados “resarcibles”.
Así entiendo los campos antagónicos entre quienes se solidarizan con la CICIG, casi todos “señoritos” tan críticos como ignorantes, y quienes nos oponemos a ella, adultos al menos apoyados en una más larga experiencia de trabajo y estudio, y por lo tanto templados por una mayor dosis de sentido común.
(Continuará)
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EMBAJADOR ARREAGA: ¿A QUIÉN SIRVE USTED?
Cuidado, don Luis, porque de tales fibras invisibles se han tejido los murales de todas las traiciones a lo largo de la historia[…] usted es el representante legal de su país adoptivo entre los que aquí legalmente residimos, ciudadanos guatemaltecos o no, en cuanto de la cabeza democráticamente electa de los Estados Unidos de América.
Articulo de opinión publicado en la columna “Mi esquina socrática” de los diarios digitales Plaza de Oπnion y RepublicaGT de los días 20 y 27 de junio de 2018, así como en el diario matutino elPeriódico de Guatemala del día 28 del corriente.
Por: Dr. Armando de la Torre
Lo he observado desde lejos durante los ocho meses que ha fungido en Guatemala como Embajador de los Estados Unidos de América.
No quiero juzgarle por anticipado con dureza porque creo que su presencia ha sido todavía demasiado breve para ello. Pero tampoco acepto con benevolencia algunos momentos de su trayectoria seguida por usted luego de su regreso a esta su tierra natal, Guatemala, dada la complejidad de los hilos legales que han tejido tanto su presencia en la vida pública como la mía privada.
Lo mismo pienso desde la óptica del país que lo vio nacer como desde el de su adopción en cuanto adulto pleno. La verdad, me tiene algo confundido si tengo en cuenta la complejidad del momento político tanto en los Estados Unidos bajo el liderazgo de Donald Trump como en Guatemala bajo el equivalente de la CICIG.
Las razones para mi cautela me las sugieren, además, lo raro de sus breves apariciones públicas, entre las que sobresale la publicación de ese gesto pueril de una foto suya con un letrerito junto a su pecho que reza “I love CICIG”.
Y esto me anima a llamarle públicamente la atención porque tras casi un año de residencia como Embajador del Presidente Donald Trump en este suelo ya debería haber caído en la cuenta del peso crítico que en este momento encierran cualquiera toma de posiciones suya relacionada con ese el problema de Guatemala más lacerante de todos: el intento por ciertos extranjeros apátridas de someter el soberano poder judicial de este país a sus prejuicios hostiles. Que han terminado evidentemente por enderezarse contra la impartición de justicia propia de todo Estado de Derecho y aun de la decencia en toda sociedad civilizada.
En teoría, usted es el representante legal de su país adoptivo entre los que aquí legalmente residimos, ciudadanos guatemaltecos o no, en cuanto de la cabeza democráticamente electa de los Estados Unidos de América.
En concreto, sin embargo, me lo ha hecho dudar y muy en especial, esa arista que apunta a una posible conducta suya de irresponsabilidad en cuanto diplomático: la de la publicación de una foto de usted junto a Iván Velázquez, como una disimulada adhesión de su parte al grupillo de funcionarios del Departamento de Estado que todavía tratan tercamente de frustrar la voluntad del electorado tan plenamente puesta en evidencia en las últimas elecciones de su país adoptivo.
Es decir, que lo entreveo cada vez más como parte rezagada, pues no menos afín a la política exterior periclitada de Barack Obama, y de los demás detractores de hoy del Presidente en ejercicio, precisamente quien le ha hecho su embajador suyo aquí. Empero, por eso mismo, concluyo que tal vez usted pueda que no sea la expresión más idónea de su política oficial hacia Guatemala.
Esto cobra más importancia ante de la inminente visita anunciada del Vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, a quien hipotéticamente usted habría de contribuir a entender este momento crítico que vive Guatemala.
Las relaciones entre nuestros dos países que nos son a ambos tan queridos reclaman de usted y de mí la máxima neutralidad que nos sea dable. Y en su caso particular, dado el peso político de su persona, también fuera del ámbito local.
Porque ya su predecesor inmediato, Todd Robinson –recién expulsado de Venezuela por su intromisión en los asuntos internos de ese país– se atrevió a hacerse merecedor en su momento de igual sanción en Guatemala por el Presidente Morales, aunque que no lo hiciera efectivo dado que previamente a ello –como sucede con ese otro más reciente del embajador de Suecia, Anders Kompass–, el Presidente se tropezó simbólicamente con una mina terrestre encarnada en una misma saboteadora, la Magistrada Gloria Porras, nadie menos que una integrante de la Corte de Constitucionalidad nombrada por el Congreso como su representante por presión ilegal de ese mismo Todd Robinson.
Y todo ello como torcido apoyo en favor de otro aprendiz de dictador en el presente guatemalteco, el colombiano Iván Velázquez, ex-miembro en su país del movimiento guerrillero M-19, y hecho ahora árbitro supremo aquí por un absurdo y muy autoritario respaldo por parte de dos Secretarios Generales consecutivos de las Naciones Unidas. Herramienta, que lógicamente, ha auspiciado y todavía auspicia con fervor el ex Secretario General de la Internacional Socialista, el portugués Antonio Guterres, ahora a su turno el Secretario General de las Naciones Unidas.
De resultas de todo esto, en Guatemala todos nos hallamos sometidos como ningún otro pueblo en el entero orbe a los dictados de remotos extranjeros que ni siquiera han puesto el pie en este país ni por supuesto aportado centavo alguno de sus impuestos.
Y así, irónicamente, ahora resulta que nos hemos adelantado a todos los demás pueblos en hallarnos sometido a un Big Brother de cariz totalitario, como lo vaticinara hacia 1948 el perspicaz George Orwell en su obra pretendidamente profética “1984”.
Y todo, sea dicho de paso, también enderezado a frustrar la estrategia legislativa de este último Jefe de Estado guatemalteco que ya los partidarios de tal gobierno mundial adversaran desde el primer momento de su elección, entre otras razones por evangélico, pro militar y pro israelí.
Y usted, don Luis Arreaga, ¿se dejó retratar públicamente con ese letrerito en el pecho que rezaba “I love CICIG”, o sea, I want such a Big Brother para Guatemala?
¿Es ésta una sugerencia “diplomática” como la de ese mismo predecesor inmediato suyo cuando ordenó que ondeara al ingreso de la Embajada de los EE.UU. en Guatemala la bandera del movimiento gay internacional?
¿Y para colmo, en su caso personal, en esta noble tierra de los antepasados de usted?…
Cuidado, don Luis, porque de tales fibras invisibles se han tejido los murales de todos las traiciones a lo largo de la historia.
Y porque está a punto de incurrir en otra omisión culposa acerca de la verdadera situación actual en Guatemala en vísperas de la visita de Mr. Mike Pence, a quien usted está obligado a informar con la máxima imparcialidad posible. Por ejemplo, el recordarle el hecho de que ese súbito flujo de emigrantes ilegales desde Guatemala, vía México, que tanto nos preocupa allá y aquí, es solo atribuible a la todavía menos conocida verdad en el extranjero de los atropellos crueles y empobrecedores a los que están sujetos nuestros habitantes de las áreas rurales, dígase en San Marcos o en el Polochic, por manos de los ilegales grupillos desprendidos hace una veintena de años de la matriz terrorista “Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca” (URNG).
Por lo tanto, señor embajador, ¿a quién entiende usted haber servido al final durante esta su breve experiencia diplomática?
(Continuará)
EL CRIMEN MEJOR ORGANIZADO: la CICIG
[…]esa herramienta de control civil no tiene contrapeso legal alguno[…]
Articulo de opinión publicado en la columna “Mi esquina socrática” de los diarios digitales Plaza de Oπnion y RepublicaGT de los 16 y 19 de mayo de 2018, así como en el diario matutino elPeriódico de Guatemala del día 31 de mayo de 2018.
Por: Dr. Armando de la Torre
Para los enanos mentales a cuyo ruido estamos acostumbrados, este titular puede resultarles una blasfemia. Para los adultos sensatos, en cambio, una verdad a la que hemos de hacer frente.
El problema para quienes compartimos esta última postura es que el número de los enanos, como el de las hormigas caníbales, también es incontable, como nos lo advirtiese hace ya muchos siglos el Predicador que nos resumiese tristemente el pesimismo del Eclesiastés: “Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse.” (Eclesiastés 1:15).
Porque aquí, en Guatemala, continuamos tomando a la ligera la importancia cumbre de la virtud de la justicia, que es un corolario muy laudable al de otra virtud: la del hábito racional de pensar.
Pero esa virtud de la justicia también es la más ardua de entre las virtudes, según la unánime tradición de paganos inteligentes y también de judíos y cristianos. Y lo que una vez llevó a San Agustín a preguntarse: “Sin la justicia, ¿qué serían los pueblos sino bandas de ladrones?” (La Ciudad de Dios, IV, 4).
Como educador, por mi parte, y por muchos años y en variadas latitudes, doy fe de la pertinencia de todo lo que acabo de decir.
Pero también de su posible adquisición, como lo quiero extraer aquí de un texto del gran profeta Isaías: “…más los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaías 40:31).
Por eso es mi firme propósito no descansar jamás ante esa monstruosidad conceptual única de la que con tanta ligereza irresponsable se habla: la CICIG.
En primer lugar, nada se ha evidenciado tan difícil de justipreciar como los méritos y las culpas de los demás y, peor aún, los de uno mismo.
Pues a nadie le ha sido jamás posible ser juez en una misma causa y a un mismo tiempo. Lo que a su turno me ha llevado siempre a solidarizarme, como a cualquiera otra persona normal, con todo aquel lacerado por la injusticia.
Y a propósito de esto último: nada me resulta tan despreciable como esa falacia propalada por los funcionarios a sueldo de la CICIG de que todo aquel que se les oponga es obviamente corrupto o está en favor de la corrupción.
Soy un nonagenario, y jamás en mi larga vida se me ha señalado de antecedente penal alguno. ¿Pueden reiterar lo mismo el rebaño de apologetas de Iván Velázquez?…
Por eso, y por otras motivaciones en las que no puedo extenderme aquí por falta de espacio, en lo personal jamás he podido aceptar la imprudente desfachatez ética que entrañada en la propuesta de la CICIG, y muy en particular las hecha públicas por Edgar Gutiérrez y Eduardo Stein, seguidos ahora por otro séquito de tontos útiles que recientemente se les han sumado.
Por otra parte, de siempre me había escandalizado la superficialidad poco adulta de quienes aceptan su designación como jueces o magistrados cual si se tratara de un puesto más de trabajo del montón.
Pues tampoco he dejado de tener la impresión que lo más abrumador para un hombre decente habría de ser su designación como juez profesional de la conducta de otros.
Aún más, tiemblo al solo pensar de que Dios nos pudiera aplicar a nosotros los mismos parámetros de lo justo o de lo injusto que con tanta ligereza solemos enderezar hacia los demás.
También supongo que mi familiaridad temprana, desde la pubertad, con adultos muy educados y respetuosos de todo lo ajeno me ha hecho algo más sensible al respecto de la justicia.
En realidad, tantas injusticias generalizadas de las que he sido testigo, ya sea durante mis años en Europa, o ya sea en América, las conceptúo como el verdadero pecado original de toda nuestra especie, letradas o no.
Y por eso me resulta infantil que algunos quieran ignorarlo.
Todavía recuerdo de lo que pude entrever cuando estudiaba en Alemania de la “justicia racial” de los nazis, o de lo que compartí con parientes y amigos íntimos de la “justicia supuestamente clasista” de los hermanos Castro en Cuba; o de lo que he podido llegar a saber de aquellas “purgas” infames que me fueran más remotas de Stalin, Mao y Pol Pot, por no aludir a aquella justicia supuestamente “ilustrada” de Maximiliano Robespierre y que todos hoy identificamos como el periodo del “Terror” durante la Revolución Francesa.
O más simplemente de lo que se evidencia a diario en los tribunales de justicia de Guatemala y de nuestros vecinos.
Para mí, en consecuencia, nada habría de ser tenido por todos como lo más sagrado que la impartición de la justicia pronta y cumplida, o sea, según se entiende hoy universalmente como el “debido proceso” propio en todo Estado de Derecho.
Y por lo mismo tengo a la CICIG como la negación de todo lo que siento y pienso. Y lo más descabellado desde la desaparición de los regímenes totalitarios al final de la Guerra Fría.
Bajo Iván Velázquez, la estrategia heredada por él de los dos Comisionados anteriores se ha hecho más puntual e incisiva: asegurarse el monopolio de la denuncia penal contra cualquiera, al interno del país.
Y al externo, la máxima publicidad posible de sus calumnias. De ahí que se haya concentrado en los casos más mediáticos, con total olvido de los atropellos del CUC, de FRENA, de CODECA y de otros grupos de infames herederos de las no menos impunes guerrillas derrotadas.
Y así se ha aterrorizado inhumanamente desde hace once años a toda la población dado, en particular, que esa herramienta de control no tiene contrapeso legal alguno y sus agentes extranjeros gozan de una escandalosa impunidad total y de por vida.
Al tiempo que con miles de millones de dólares de los sufridos contribuyentes que no lo saben de Europa y de los Estados Unidos arrastran el nombre de Guatemala por el lodo, y con ello desalientan aún más la inversión, la creación de empleo al tiempo que alientan la criminalidad consiguiente.
Y el ganado de idiotas útiles rebuzna gozoso.
Y no solo en Guatemala, por cierto. También al Cantón de Ginebra, en Suiza, ha llegado el modus operandi de Iván y comparsa, como lo ha evidenciado ampliamente el Caso de Erwin Sperisen. Pues son, claro está, ¿los más desarrollados?…
(Continuará)
TODO UN HOMBRE (IN MEMORIAM de Álvaro Arzú)
Artículo de opinión.
Publicado en Plaza Opinión de Guatemala (30 de octubre de 2018) y en la columna “Mi esquina socrática” del diario elPeriódico de Guatemala (8 de mayo de 2018)
Por: Dr. Armando de la Torre
Tuve el privilegio de presenciar desde una discreta distancia la maduración extraordinaria de la persona de Álvaro Arzú.
De un joven funcionario entusiasta y algo pendenciero, al frente del INGUAT hasta sus últimos años de estadista serenamente consagrado; hubo una transformación mayúscula, que pocas veces he visto durante mi larga, muy larga, de experiencia docente.
De un polo a otro polo, del egocentrismo propio de todo aquel que irrumpe en la mayoría de edad; a la serenidad reflexiva del adulto al final de una carrera exitosa.
Es decir, en palabras de Erick Ericsson, de la etapa inicial de la autoafirmación y de la intimidad, a la inevitable final de la integridad con todo su pasado. O de la desesperación por haber fracasado, al momento en que todo ser humano vuelve la vista hacia atrás, porque sabe que el tiempo futuro ya se agota y acepta lo vivido; o lo rechaza por entero y desesperado.
Álvaro Arzú murió plenamente integrado. Al precio, eso sí, usual de sacrificios, decepciones, derrotas y de logros felices al tiempo de un creciente dominio de sí mismo. Así lo vi madurar ya pleno adulto.
Al final, lo reencontré gastado pero sabio, herido pero seguro de sí y nada petulante, incluso de regreso a la pureza de sus ideales juveniles, pero esta vez enriquecido por mucha más experiencia.
Nunca lo atrajo, eso sí, lo muy teórico y especulativo. Fue enteramente un hombre de acción, mejor un constructor, pero también un guerrero, y sin embargo no menos bondadoso y preocupado por lo más enaltecedor: la felicidad ajena, sobre todo la de los más pobres y sufridos.
Y en una forma más auténticamente cristiana, es decir, sin ruido y sin altisonantes anuncios de lo bien hecho.
Lo anterior, y sus vivencias del INGUAT, nos ayuda a entender su permanente embeleso por la bella tierra que lo vio nacer; y por los innumerables hombres y mujeres de su terruño natal que se confiaban a su guía y protección.
Por eso nunca necesitó el despliegue de un gigantesco aparato propagandístico como ha sido lo usual con otros caudillos de la vida pública.
Simplemente fue electo y reelecto una y otra vez para la Alcaldía Metropolitana y la Presidencia de la República, a despecho de tantas almas enanas que lo adversaron y que lamentablemente se propagan por los medios de comunicación masiva; porque al mismo tiempo se saben mal retribuidos e injustamente poco reconocidos.
Tuvo grandes aciertos y algunas equivocaciones, aunque estas últimas siempre debatibles desde el ángulo particular de cada cual.
Por ejemplo: los Acuerdos de Paz han sido copiosamente aplaudidos y elogiados por casi todos los políticamente correctos. No me encuentro entre ellos.
Pero Álvaro también estaba sinceramente convencido de este logro suyo, encima para casi todos mayúsculo: para la Iglesia, por ejemplo, para todos los partidos políticos, para casi todos los órganos de opinión escrita, para los diplomáticos, para los empresarios, para los dirigentes sindicales…
Yo, en cambio, me permití y no me arrepiento objetarlos, por las mismas razones por las que hoy me opongo radicalmente a la presencia y funcionamiento de la CICIG en Guatemala: desde la nada popular perspectiva ética, que incluye inevitablemente una visión de muy largo plazo.
Pero no quiero aquí argumentar de nuevo sobre este punto. Solo quiero recordar que Álvaro tomó mis reiteradas críticas al proyecto y a su liderazgo con hidalga serenidad durante toda una veintena de años. En estos sus últimos años reflexionaba con una madurez, propia de quien sabe que ha superado sus crisis íntimas y también las exteriores que le sobrevienen a su conciencia.
Logro raro y maravilloso.
Tampoco necesitará monumento alguno: la entera ciudad capital ya le es pedestal. La tacita de plata de antaño fue traída de regreso a la realidad por él. La municipalidad, en extremo degradada (y me consta) en los tiempos de Leonel Ponciano León, y a penas convaleciente bajo Abundio Maldonado Gularte; se volvió bajo la égida de Álvaro modelo de excelencia de gestión municipal, como lo han sido otros centros urbanos como Curitiba, en Brasil, o Medellín, en Colombia.
Al tiempo, empero, que casi un tercio de la población del Altiplano occidental se volcaba sobre ella y sus escasos recursos presupuestarios; en plena fuga del caos destructivo, desatado por la violencia política a instancias de la URNG.
Y así, hoy, en el ancho espacio que corre desde la Ciudad de México hasta Santa Fe de Bogotá, y gracias excepcionalmente a la gestión de un Álvaro Arzú reelecto cinco veces consecutivas, no hay otra urbe que se le pueda comparar en belleza, cuidado ecológico y opulencia tanto cultural como económica.
No quiero dejar de mencionar de paso aquí a José Ángel Lee Duarte, culto alcalde interino ajeno al liderazgo de Álvaro, pero que, sin embargo, por casi tres años también aportó a la rehabilitación de esta ciudad; así como al no menos brillante Fritz García-Gallont Bischof, que supo complementar tecnológica y arquitectónicamente todos los grandiosos proyectos de Álvaro.
Una vida, pues, la de Álvaro, de incesante trabajo bajo el escrutinio diario de la opinión pública que aprobó una y otra vez su espléndida gestión municipal, y no menos la presidencial que liberó la red de comunicaciones del entero país; al tiempo que dejaba todas las comunicaciones terrestres en muy buen estado, por no hablar de las reservas económicas que dejó a los gobiernos sucesivos.
Su última batalla no tuvo tiempo de coronarla con una victoria más: la de la recuperación de la soberanía nacional perdida a manos de guatemaltecos mezquinos que aún pululan entre las ONG’s y las cancillerías de los países nórdicos. Su erradicación queda para las generaciones futuras.
Muy querido Álvaro:
Supiste superar estoicamente casi todos tus desafíos. Supiste ser fiel a tus promesas, supiste honrar a tu linaje y a tu espléndida patria, supiste ser todo un hombre.
En nombre de la inmensa muchedumbre de tantos beneficiados por tu gestión pública, y de tantos otros alentados por el ejemplo de tu lucha incansable, te deseo de todo corazón que descanses al fin en los brazos del Altísimo; que ya te habrá perdonado las debilidades de tu naturaleza caída, comunes a la de todos nosotros, que hemos sido tus testigos, que hago extensivo a la no menos admirable doña Patricia, y a todos tus hijos.
“Has peleado una buena batalla, has acabado tu carrera, guardaste la fe. Por lo demás, te está reservada la corona de justicia, la cual te dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a tí, sino también a todos los que aman su venida.” (2 Timoteo 4:7-8).
Amén.
Anexo:
Imagen de fondo recuperada el 30 de abril de 2018 de Anahté. (1996). UNA TRANSICIÓN DIFÍCIL. Crónica, año IX (409). Página 1.
LA CICIG HA PERICLITADO
Artículo de Opinión
Publicado en “Plaza Opinión” de Guatemala
Armando de la Torre
PERICLITAR: Se dice de algo que después de haber llegado a su apogeo, inicia su decadencia.
Muy de lamentar, la CICIG se ha mostrado como el artificio dañino que muchos anticipábamos desde el momento en que fue por primera vez sugerida bajo el nombre de CICIACS (Comisión de Investigación de Cuerpos Ilegales y Aparatos Clandestinos de Seguridad). Y que fue aprobada por el Congreso de la Republica el 1 de agosto del 2007 con las siglas de CICIG (Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala).
El experimento, caso único en el planeta de renuncia colectiva y voluntaria a la propia soberanía nacional, ha terminado por evidenciarse en su conjunto como un rotundo fracaso. Ni se ha mejorado la justicia pronta e igual para todos, ni se han respetados alguno de los más elementales derechos humanos. Casi todo, salpicado de una despreciable politiquería partidista. Nótese si no la desaparición definitiva de los Partidos Líder y Patriota, pero la supervivencia incólume de la UNE.
Plagado todo, encima, de violaciones a la ética más elemental de un Estado de Derecho, según lo concreta el artículo cuarto de la Constitución: “En Guatemala todos los seres humanos son libres e iguales en dignidad y derechos. El hombre y la mujer, cualquiera que sea su estado civil, tienen iguales oportunidades y responsabilidades.” ¡Qué ironía!
En otras palabras, ha implicado una gangrena adicional para el ya exangüe Poder Judicial en Guatemala.
En perfecta lógica otro resultado no era de esperar, aun cuando algunos de los simpatizantes de tal utopía se hubieren manifestado ocasionalmente como hombres y mujeres de buena voluntad. En consonancia con el conocido dicho de que “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”…
Y es que el mero proyecto de la CICIG ha sido enteramente utópico desde su incepción. ¿Cómo haber esperado fortalecer localmente la dispensación de la justicia desde el extranjero?
Conviene, pues, recortar pérdidas acumuladas y clausurar tal espectáculo fallido de una vez por todas. Porque a su amparo, sus zarpazos a la institución de un verdadero Estado de Derecho se han vuelto crecientemente hirientes.
Muchos de quienes todavía justifican la presencia de la CICIG, pero desde sus hogares y en cómodas poltronas, no tienen para nada en cuenta el sufrimiento real de los llevados a prisión hipotéticamente preventiva. Ni nada saben del dolor de los miembros separados de las familias, tan parecido al de los exiliados, que por cierto, conozco por experiencia propia, y mucho menos de las heridas abiertas al honor de las personas privadas de su libertad; peor aún, ni llegan siquiera a imaginar el peso de la soledad inmerecida y de la diaria punzada del saberse injustamente mal tratado en suelo propio por un extranjero y sus serviles cooperantes.
Tampoco saben de esa incertidumbre asfixiante día tras día, mes tras mes, año tras año sobre el futuro propio y del de sus seres más queridos. Eso también ha sido frecuente antes de la llegada de la CICIG. Pero, ¿para qué aumentar su número?
Además, queda siempre ese otro menoscabo lacerante provocado por los charlatanes que tanto hablan de “derechos humanos”, que ni entienden ni mucho menos respetan, y que don Iván Velázquez, por cierto, muy al estilo de la política actual colombiana bajo el Presidente Santos, ha decidido escoger de chivos expiatorios.
Muy por encima de todos esos casos particulares, pesa, reitero, el inmenso precedente acumulado durante la trayectoria de la CICIG a la instauración de un genuino Estado de Derecho en este suelo.
A propósito de eso último, a manera de recordatorio, la CICIG, el Ministerio Público y el indiscreto y burdo patrocinador de ambos, el embajador de los Estados Unidos, Mr. Todd Robinson, entre todos han violado repetidas veces artículos constitucionales preeminentes:
El artículo cuarto, por ejemplo, que afirma que: “Ninguna persona puede ser sometida a servidumbre ni a otra condición que menoscabe su dignidad.”
El artículo doce que reza: “La defensa de la persona y sus derechos son inviolables. Nadie podrá ser condenado, ni privado de sus derechos, sin haber sido citado, oído y vencido en proceso legal ante juez o tribunal competente y preestablecido. Ninguna persona puede ser juzgada por Tribunales Especiales o secretos ni por procedimientos que no esté pre-establecidos legalmente.”
El artículo trece: “No podrá dictarse auto de prisión sin que preceda información de haberse cometido un delito y sin que concurran motivos racionales suficientes para creer que la persona detenida lo ha cometido o participado en él. Las autoridades policiales no podrán presentar de oficio, ante los medios de comunicación social, a ninguna persona que previamente no haya sido indagada por tribunal competente.”
Y el artículo catorce que sostiene que: “Toda persona es inocente, mientras no se le haya declarado responsable judicialmente, en sentencia debidamente ejecutoriada.”
Desde su inicio, todo ello ha dejado de ser ya objeto de posibles interpretaciones subjetivas. Las violaciones al Estado de Derecho han sido, y son, palpables e insoportablemente descaradas, ante el mutismo vergonzoso de las autoridades judiciales del país.
El coronel Juan Chiroy Sal, por ejemplo, acusado de incumplimiento de deberes, ha sobrepasado con creces los términos del castigo al que hubiese sido sometido de habérsele hallado culpable por juez competente. Pero no ha habido, en su caso en ningún momento, ni juez competente, ni debido proceso legal, ni defensor de derechos humanos que hubiese mediado en su caso. ¡Repugnante por parte de esos magistrados cómplices de la Corte de Constitucionalidad, y también de la Corte Suprema, no menos que de la Fiscal General y del que funge de Procurador de los Derechos Humanos, que sí merecerían ser llevados a juicio por incumplimiento de sus deberes al corto y al mediano plazo!
Me permito también otra vez recordar a mis lectores ese tristísimo caso de Casimiro Pérez, un labriego vecino del caserío Nuevo San Francisco, en el municipio de San Pablo del Departamento de San Marcos.
Un grupo de facinerosos de la localidad que osan pretextar ser defensores de la naturaleza y de los derechos humanos lo secuestraron, lo golpearon y lo humillaron al ritmo del apelativo de Judas. Todo, porque se había negado a integrarse al grupo de violentos que planeaban dañar por la fuerza un proyecto de hidroeléctrica local. Ya lo habían previamente privado de su libertad congénita en una infame carceleta local y le habían hecho acarrear pesadas piedras durante ocho largos días. Por cierto, muy buen argumento para el pluralismo jurídico que recomiendan para un territorio que no es el suyo natal don Iván y asociados.
Y la familia que fue enteramente icinerada en la aldea Los Pajoques, de San Pedro Sacatepéquez, por instigación del cabecilla Daniel Pascual, aguarda en otro mundo que no en este de Guatemala, que se le haga justicia póstuma por parte de la CICIG.
¿Y qué decir del brutal asesinato de Byron Lima dentro del perímetro público de Pavón y ante numerosos “testigos” amedrentados? ¿Ha investigado algo al respecto el Ministerio Público o ha iniciado la CICIG un acompañamiento del caso a través de su fiscalía especial? Y, por lo demás, ¿cuántos abogados penalistas han sido asesinados a plena luz del día durante los años de la presencia de la CICIG en Guatemala sin que se haya logrado culminar el proceso penal contra ninguno de sus autores intelectuales con una condena definitiva? O ¿qué mejora, en definitiva, ha entrañado la CICIG en la aplicación de la justicia para el anónimo ciudadano de a pie y no únicamente en los casos de alto impacto político?
A propósito de esto último, don Iván Velázquez y doña Telma Aldana remontaron oportunistamente como buenos surfistas políticos las crestas de las olas de las protestas sociales que hubieron de llevar a la renuncia de la Vicepresidente Roxana Baldetti y más tarde hasta del mismo Presidente, Otto Pérez Molina. Logro que fue de la ciudadanía, no tanto de ellos.
He concluido, por tanto, con tristeza, que en el sector justicia como en el del Ejecutivo, se ha transparentado cierta falta de hombría para hacer cumplir la Constitución y las leyes.
El ánimo timorato, al parecer, ha llegado a enseñorearse de los funcionarios más altos del Estado, encima, pésimo ejemplo para todos sus modestos subordinados en el sector público. A este propósito me permito lamentar de nuevo la total ausencia de cursos preparatorios de ética profesional en la Universidad de San Carlos de donde procede la aplastante mayoría de los funcionarios de los tres poderes soberanos del Estado.
En conclusión mientras más pronto se deshaga Guatemala de ese mamotreto de la CICIG que se ha revelado al final como otro obstáculo inútil, más posible se hace que por otras vías genuinamente guatemaltecas se llegue a construir por fin un verdadero Estado de Derecho que nunca hemos tenido los que aquí vivimos.
Una última reflexión: las sucesivas experiencias de la URNG, del Proceso de Contadora, del de “la paz firme y duradera”, de MINUGUA y de la CICIG han respondido todos a ciertos esquemas mentales muy simplista de políticos de salón, cuando no de emboscadas mortíferas, y de ignorantes de los hechos básicos de la vida social, aunque se engañen al creer que algo profundo saben. En una palabra, los propios de un infantilismo ideológico trasnochado.
(Continuará)
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Fidel, “La comedia é finita”
Por Armando de la Torre
Publicado por
“El Periodico”,
01/12/2016
Has sido un ejemplo más de despilfarro de dones y de oportunidades para alzarte sobre el común de las masas.
Porque tus fines jamás justificaron los medios que empleaste.
Por eso, Fidel, siempre me has sido la encarnación de una ingratitud demoníaca, como la de algunos otros superdotados de triste memoria: Calígula, Drácula, Robespierre, Beria, Hitler, Mao o Pol Pot y de otras figuras histórica de tu misma calaña.
Porque se te dio nacer inteligente, sano y fuerte, y recibiste la mejor educación escolar que el dinero de tu millonario padre pudo comprarte y, sin embargo, solo lo pusiste para mentir, destruir y envenenar a incautos e inocentes.
Porque fuiste un genio más de la manipulación hipócrita y totalitaria de las masas, como lo fueron Goebels, Lenin y Stalin. ¡Cuánto criminal atropello!
Jamás, en esos quinientos años de historia patria de Cristóbal Colón a tus días y los míos, más aún, si lo queremos ver a escala humana, en cincuenta siglos de presencia humana en la isla de Cuba, se había dado la tragedia del éxodo humano por millones de personas desesperadas por tu culpa y encima, al precio de miles de ellos que perecieron ahogados en el estrecho de la Florida.
Porque tampoco se había dado jamás en Cuba la Alegre un fenómeno tan desgarrador y tan manchado con la sangre de los miles de víctimas por ti fusilados sin que ninguno de esos casos hubiera sido precedido por un debido proceso.
Y porque convertiste al que una vez fuera “continente de la esperanza” para millones de inmigrantes abruptamente en el continente de la desesperación, el retroceso y el odio entre clases sociales.
Porque mentiste, y mentiste y volviste a mentir hasta el punto de que algunas veces se te escapó la verdad entre líneas cuando a fuerza de tanto hablar y castigar a tus inhibidas audiencias cautivas te habías desbordado.
Porque te aprovechaste de la insatisfacción coyuntural de todo un pueblo laborioso, ingenuo y progresista hacia un politicastro de tantos, Fulgencio Batista Izaldivar, no menos sin principios, cuando alardeaba de su devoción a la persona y a la obra libertadora der Abraham Lincoln y al mismo tiempo se mostraba agradecido por el apoyo del pequeño Partido Comunista de Cuba de Juan Marinello, Blas Roca y Aníbal Escalante, a todos los cuales tu acallaste para siempre.
Porque te iniciaste en la carrera política en el “bogotazo de 1948” y continuaste con la muerte de casi un centenar de tus compatriotas en el asalto suicida al Cuartel Moncada, aunque bien seguro en la retaguardia detrás de la cortina metálica de una tienda de abarrotes.
Porque te aprovechaste obscenamente del sacrificio de José Antonio Echeverría y de su puñado de soñadores.
Y porque cuando te juzgaron merecidamente por ese derroche de vidas valiosas y te condenaron por ello a solo veinte años de prisión –de los cuales cumpliste tan solo veintidós meses–, aceptaste la amnistía de Batista en obsequio de tu esposa, cuyo padre era su Ministro de Justicia, y a la que traicionaste inmediatamente con otras mujeres apenas en la libertad que no merecías.
Y porque el Arzobispo de Santiago de Cuba Monseñor Pérez Serante, que te salvó de ser ejecutado militarmente en aquella ocasión, cuando llegaste por la fuerza de las armas al poder menos de seis años después lo expulsaste entre los primeros clérigos enviados a un injusto exilio en base a un anticlericalismo de mera pose histriónica.
Y porque ni permitiste al jefe de tu guardia personal, a la hora de ser fusilado por tus sicarios a sueldo, siquiera despedirse por teléfono de sus padres. ¿Se te había olvidado ya que tú, en cambio, habías sido amnistiado?…
Y porque dejaste exiliarse en Venezuela al que había sido a su propio riesgo tu mayor y más apasionado apologeta, Miguel Ángel Quevedo, el Director por muchos años de la revista “Bohemia”, de circulación continental, para que allá no en Cuba, amargado y desilusionado se suicidara tras escribirte una carta esclarecedora y vindictiva por tu absoluta falta de principios morales y de elemental agradecimiento.
Porque redujiste a la igualdad típica entre los más depauperados a la generación de cubanos más próspera, dinámica, modernizante y la más emprendedora hasta entonces en la historia de la América Latina.
Y porque restauraste el tráfico de esclavos de antaño con otros nombres y sólo con fines propagandísticos, como cuando pusiste a la venta a médicos y educadores compatriotas tuyos que vendías al extranjero a cambio de altas sumas de dinero en dólares de las cuales dos terceras partes te reservabas para tus arcas y otra raquítica tercera para mantenerlos en vida a un mínimo de mera supervivencia, mientras retenías a la fuerza sus familias como rehenes para anticiparte al peligro de una deserción posible.
Porque enviaste a la muerte a jóvenes cubanos a luchar por causas que les eran del todo ajenas en Angola, Mozambique, Grenada y otros rincones del mapa político mundial.
Porque fundaste en la Habana en 1980 la Unión Revolucionaria Guatemalteca (URNG) y los entrenaste por años para que fueran más eficientes en secuestrar, extorsionar y asesinar a inocentes guatemaltecos, tanto militares como civiles.
Porque profanaste el enaltecido nombre de José Martí y demás próceres de la independencia de Cuba al refundirlos en apoyo de una ideología que ninguno de ellos conoció ni aprobó.
Porque quisiste erradicar del todo, aunque no lo lograste por completo, la fe católica que era el bálsamo de consuelo para afligidos y agonizantes de Cuba, de las Américas y de muchas partes remotas del planeta.
Y, por qué no, porque me despojaste a mí, a mi madre viuda y a mi hermana con tres hijos pequeños, y con un esposo en la cárcel porque tus esbirros habían encontrado un revolver en una alacena de su cocina después que tú, Judas hipócrita, te habías preguntado en público en el campamento de Columbia: “¿armas para qué?”. También a mi familia extensa, y a mis amigos del alma y a muchos otros hombres y mujeres honorables que había conocido de lejos por los frutos de un trabajo honrado durante todas sus vidas y de sus penas que tú, ni siquiera a tu propia familia inmediata quisiste ahorrarles. Por eso, ingrato, se han ido al exilio dos de tus hermanas y dos de tus hijos.
Tu megalomanía te ha llevado a traicionar y abandonar a algunos de tus más cercanos compañeros de lucha: Camilo Cienfuegos, Huber Matos, Arnaldo Ochoa e inclusive al “Che” Guevara de casi innoble memoria como la tuya. Ellos, a su turno, hubieron de conocer la amargura de tu traición, al tiempo que alardeabas de tus exquisitos conocimientos culinarios con Gabo o ante ese otro ignorante campeón futbolista y drogadicto, Diego Armando Maradona.
Intentaste seducir a tres Sumos Pontífices de la Iglesia Católica pero solo lo has conseguido con el último de ellos, el compasivo Papa Francisco. Que él interceda ante Dios por ti porque a mí, a mis años, me resulta muy difícil y repugnante.
La historia no te absuelve, Fidel.
Yo tampoco