¡Y AHORA, TODOS A TRABAJAR!
Por Armando de la Torre
Es fácil de decir, lo reconozco. Y dificilísimo, rayano en lo imposible, de implementarlo. Pero el distractor proceso electoral entre nosotros ya terminó. Ya han sido electas las nuevas autoridades; y los poquísimos casos inciertos siguen su curso habitual ante el TSE.
Por eso creo inoportunos aun por cuatro días más los largos debates previos a las elecciones sobre candidatos y programas entre los que escoger. Ya han sido electos un Presidente de la República, diputados, autoridades municipales, y la maquinaria estatal funciona normalmente, gracias, en especial, a don Alejandro Maldonado Aguirre. Todo muy ejemplar.
Dejemos atrás, por tanto, las discusiones bizantinas sobre lo que pudiera haber sucedido y no acaeció. Es la hora de regresar a nuestra normalidad laboral cotidiana.
Pero todavía ocurre algo muy peculiar en nuestra idiosincrasia nacional: seguimos con el intercambio de chismes y descalificaciones, principalmente en contra de los ya electos. Actitud, a mí juicio, infantil en el mejor de los casos, y más bien propia de mentes ociosas.
El lunes pasado leí al respecto un enjundioso artículo de don Jorge Palmieri sobre la lluvia de descalificaciones que caen casi a diario sobre el Presidente y diputados electos antes de que ni siquiera hayan tomado posesión de sus cargos respectivos por parte de comentaristas que se creen muy superiores al consenso nacional. Todo ello, en la línea de los desmoralizantes “peladeros” de costumbre, que nos cuelan como información confiable por algunos vericuetos de nuestra prensa.
A tal propósito, como un ejemplo entre centenares de los que podría dar personalmente fe, quiero mencionar el caso de mi exalumno y honorable amigo, el General Eric Escobedo Ayala, a cuyo alrededor se tejió la semana pasada una de las tantas fábulas incriminatorias con las que alegre e irresponsablemente juegan relatores anónimos que pasan por periodistas.
No es el primero ni el único entre los que portan con dignidad el uniforme de nuestro Ejército. Pero me indigna en particular porque lo conozco desde muy joven y lo sé incapaz de los sobornos que sin prueba alguna le atribuyen. Tal infundio no puede pasar por periodismo…
Ninguna sociedad seriamente organizada ha sido erigida jamás sobre las arenas movedizas de los dimes y diretes que circulan entre locatarias. “Calumnia, que siempre algo queda”, comentó sardónicamente Voltaire, a su turno víctima de lo mismo.
Por eso, toda sociedad reconocida como un genuino Estado de Derecho siempre ha descansado sobre el principio, que no admite de excepciones, del respeto universal a todos los derechos del hombre y del ciudadano, incluido en primer plano el derecho a la honra. Esto es, también, por extensión parte de la base moral de toda República.
Lo que me trae a la memoria la sutil advertencia de Benjamín Franklin a quienes le preguntaban qué habían hecho los constituyentes encerrados durante un caluroso verano de 1787 en Filadelfia: “una República, si son capaces de preservarla”…
Regresemos, mejor, a los aportes constructivos. Aboguemos, por ejemplo, por la aprobación inmediata de un presupuesto equilibrado, en absoluto deficitario, o como lo dijo recientemente José Rubén Zamora: “no aprobar más deuda para pagar más deuda”.
¿Por qué, por ejemplo, no ensayar ahora la idea de un “presupuesto de base cero”, en el que todos los rubros del Estado han de ser financiados íntegramente como si se tratara de la primera vez que se someten a discusión?
Encima, en Guatemala hoy sobreabundan las mentes brillantes, honestas y educadas que podrían hacer aportes geniales a una tal iniciativa, siquiera a través de los medios masivos de comunicación, digamos Richard Aitkenhead, Hugo Maúl, Edgar Balsells, Raquel Zelaya, Fritz Thomas, José Raúl González Merlo, Mario Fuentes Destarac, Mónica de Zelaya, Juan Alberto Fuentes Knight, Federico Bauer, Danilo Parinello, y tantísimos otros más.
O, al menos, ¿por qué no plantear, desde su raíz y de una vez por todas, lo apropiado de los llamados “fondos sociales”, refugios frecuentes para holgazanes y ladrones? ¿O los llamados “estudios de impacto ambiental”, que sólo sirven de hecho para extorsionar a inversionistas? De la misma manera, ¿por qué no involucrarnos honestamente en la discusión franca y pormenorizada sobre los dispendios de un Congreso océano ilimitado de asesores sin asesoría que dar? ¿O de los muy dañinos “pactos colectivos” gestionados por grupúsculos de vividores con carnets de dirigentes sindicales, sobre todo en las áreas de salud y educación?…
O, ¿por qué no indagar abiertamente lo que ha entrañado para nuestra soberanía y prosperidad nacionales las así llamadas “ayudas externas”, desde MINUGUA, hasta la CICIG incluidas, a cuyo Alto Comisionado, el licenciado Iván Velázquez, por cierto, tengo en la más alta estima?
¿Cuándo, como otro ejemplo, nos atreveremos a declarar a algún Embajador de América o de Europa excesivamente entremetido en nuestros asuntos exclusivamente nacionales “persona no grata”?
O, con una visión mucho más ancha, ¿cómo podríamos aclarar aún más la naturaleza y los alcances de nuestra relación entrañable con Estado de Israel? ¿O inclusive también con la China Nacional refugiada en la isla de Taiwán?
También, ¿cuándo abordaremos en serio el enorme problema del “estatus legal”, y del porvenir a corto y mediano plazo de nuestros laboriosos y sufridos emigrados al Norte que nos comparten más de cinco mil millones de dólares al año?
O como base y principio para todo ello, ¿cuándo tomaremos en lo individual cada palabra dada como una obligación en conciencia, o de respetar todas las leyes y, por supuesto, todos los contratos suscritos y firmados por nosotros como Norte inflexible para todas nuestras decisiones?
También entiendo todo esto como parte esencial de nuestro regreso al trabajo cotidiano.
Por último, ¿cuándo aprenderemos a solidarizarnos en los hechos con los más infelices de todos, los desconocidos para nosotros tras las rejas de las prisiones que nunca visitamos, o con esos recién nacidos, presos de la miseria, subalimentados y mentalmente ya mutilados, como nos lo recuerda reiteradamente don Cesar García? O, finalmente, ¿qué hacer con tantos y tantos heridos, o hasta muertos, por un sistema judicial podrido, inoperante, injusto, costoso y politizado?
Todo ello también lo entiendo como parte normal “del regreso al trabajo de todos los días”, siempre conscientes, además, de que nuestros techos también son de vidrio a la hora de lanzar piedras sobre los de los vecino.
El regreso al trabajo, por tanto, significa tomar la vida en serio, cumplir con la palabra dada, dar más que lo que se recibe, en una palabra, tomar a Dios en serio…
Entonces, ¿dónde está la necesidad o, como mínimo, la utilidad de “peladeros”?