UN PARTIDO LIBERAL PARA LA GUATEMALA DE SIEMPRE
Por: Armando de la Torre
En el horizonte del próximo año electoral se perfila una etiqueta nueva, y vieja, a la vez: la del Partido Liberal.
Partidos liberales ha habido y hay muchos. En el Japón es la afiliación mayoritaria. En Alemania, en cambio, una opción minoritaria; en Colombia un movimiento tradicional. Entre nosotros, una idea a la que le llegó su tiempo de nuevo.
Todos sabemos que en materia ideológica vivimos en un mundo cambiante. Pero ciertos principios fundamentales permanecen como el substrato que explica nuestras respectivas escalas de preferencias.
El liberalismo político es de larga data entre nosotros. No hay niño de escuela primaria que no sepa algo del significado de lo que ocurrió aquí en 1871, aunque sólo sea como pretexto para hablar de Miguel García Granados o de Justo Rufino Barrios. Por lo menos, aquella recurrente efemérides nos trae memorias de un 30 de junio del siglo XIX particularmente decisivo.
Y, sin embargo, el Partido Liberal que al momento de escribir estas líneas se organiza por un grupo de ciudadanos cultos y muy bien intencionados en absoluto, sin embargo, puede considerársele una resurrección del antiguo. El mundo ya es muy otro; demasiada agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, y nosotros retenemos el perfecto derecho a aplicar nombres y lemas a realidades nuevas y muy diferentes entre sí.
Todo Partido Liberal supone un aprecio muy particular de la libertad personal propia y de la ajena. En esto todos más o menos coinciden, los de ayer y los de hoy.
Pero al grupo de ciudadanos selectos que gestiona ahora la inscripción de tal partido lo ennoblece lo contemporáneo de su visión: una economía de mercado dentro del marco de un Estado de Derecho.
Creo que va a tener gran resonancia en todo el país, al menos entre los estratos más pensantes y responsables de la población. ¿Por qué?
Porque el liberalismo, originalmente de cuño británico (esto es, inglés y escocés), vive un renacimiento entre nosotros. Atrás ha quedado aquel otro liberalismo de cuño francés, estatizante y anticlerical; y atrás, muy atrás, ya quedaron para nosotros los caudillos decimonónicos a lo Reina Barrios o Manuel Estrada Cabrera, tanto más al estilo de Jorge Ubico.
El liberalismo que renace hoy en Guatemala ha aprendido de los errores del pasado y por eso mismo no habrá de repetirlos. Es un liberalismo genuinamente inteligente y republicano, esto es, uno que se apoya en la estricta separación de los poderes soberanos Legislativo, Ejecutivo y Judicial, con autonomía recíproca e igual entre los tres.
Es también un liberalismo más consciente de la importancia fundamental de los derechos individuales (o personales) a cuya entera defensa ha de estar siempre enderezado el Estado.
Es un liberalismo ético, pues insiste en el respeto irrestricto a la propiedad ajena y a los contratos.
Un liberalismo que nos puede devolver la estabilidad monetaria, como le dio al mundo del siglo XIX el patrón oro.
Un liberalismo ajeno a todo privilegio tanto de individuos como de gremios, corporaciones o colectivos de variada índole.
Un liberalismo para el que la justicia pronta, cumplida e igual para todos permanece su prioridad principal.
Un liberalismo que honra y defiende a todo trabajador honesto, y combate la holgazanería, el abuso, la irresponsabilidad y la explotación de cualquier hombre por otro hombre.
Un liberalismo que desde el monopolio del poder coactivo sabe agradecer, empero, a los medios masivos de comunicación toda crítica y reproche como posible fuente de sabiduría. Que procura aprovechar, o dejar circular, cuanta iniciativa empresarial no merme los derechos inalienables de los demás.
Un liberalismo honesto, que no rehúye rendir cuentas y al mismo tiempo protege la esfera privada de cada cual de miradas e intromisiones indiscretas.
Un liberalismo que acepta y respeta toda creencia libre en una sociedad libre. Que siempre se vale judicialmente del debido proceso dentro de la ley y que no multiplica innecesariamente la legislación.
Un liberalismo austero, que cuida con más ahínco y exactitud del dinero ajeno que del propio.
Un liberalismo compasivo, que no se olvida de los presos, ni tampoco de los enfermos y los ancianos que sin culpa suya se hallen desvalidos, y que en cambio respete toda iniciativa privada que se oriente a lo mismo.
Un liberalismo que de la bienvenida al aumento exponencial del ahorro, de la inversión y del empleo.
Un liberalismo sobrio, que no insulta, no calumnia, no abusa, no hace alardes de prepotencia.
Marx predijo que en la sociedad sin clases ningún hombre habría de explotar al otro. Bueno, don Carlos, sin tanta dialéctica como la suya, eso es lo que realistamente se puede esperar de un sistema auténticamente liberal.
A mis amigos Andrés Ayau, Arne Sapper, Guillermo Méndez, Guisela Roldán, Jaime Parellada, Jorge David Chapas, José Romero, Luis Enrique Pérez, Montserrat de Watson, María Eugenia Tabusch y Carlos Velázquez.
¡Enhorabuena!