El hastío por lo estatal
Por Armando de la Torre
Para los atenienses de la época de Perícles (595-429 antes de Cristo) la “política” era la “ciencia regia”, es decir, la ciencia por antonomasia, tanto desde el punto de vista de su estudio como desde del de su práctica, en las ciudades típicamente Estados de la Hélade (pólis).
¡Cuán lejos hemos llegado a estar de ese juicio de valor, sobre todo desde la óptica del subdesarrollo que nos mantiene tan envilecidos! Subdesarrollo que ha implicado que nuestros mandatarios todavía regalen láminas, fertilizantes, bolsas “seguras” o vacaciones en la playa a sus clientes, en vez de administrar justicia pronta e igual para todos en este país tan reconocidamente de la impunidad.
Y de paso llevarse para su retiro en tres o cuatro años un estilo de vida que jamás un salario honradamente devengado les hubiera permitido disfrutar.
Para Cicerón, más tarde, hacer política era el deber moral de todo ciudadano, “ese hombre libre” por excelencia, miembro de pleno derecho de la “Civitas”, esto es, de la comunidad política romana.
¿Un deber?
Hoy muchos creen que esa obligación moral reside más bien en lo contrario, es decir, en abstenerse lo más posible de ella. Así lo sienten también, a ratos, hasta esos afortunados porque viven en uno de los pocos Estados desarrollados de Derecho que existen en la actualidad. Por ejemplo, los Estados Unidos, donde el hastío por lo estatal ha dado lugar al surgimiento de una corriente contestataria de la vida política al uso, muy condenatoria, a la que se la identifica de entre los “rebeldes” del Partido Republicano, quienes a su turno muy elocuentemente han escogido llamarse a sí mismos el “Tea Party”.
Y en Francia, el paradigma para la mayoría de las democracias modernas, acaba de triunfar en las urnas un movimiento social, el Frente Nacional, que entraña la negación radical de casi todo lo que el socialismo tradicional y mayoritario hasta ahora había entendido por “política”.
Lo mínimo digamos del declive que otros hombres y mujeres públicos, otrora populares, tales como Cristina de Kichner, en la Argentina, o Dilma Rousseff, en Brasil, o Francois Hollande, en Francia, es decir, de entre los protagonistas del Establishment respectivo de las redes del quehacer político partidista en cada país.
Guatemala, por supuesto, no es la excepción, ni siquiera en ese ámbito más reducido de las Américas, la de los Perón, los Castro, los Allende, los Trujillo, los Chávez, los Maduro… que terminan por dar asco. Parece que los dolientes conciudadanos en otras latitudes están mayoritariamente no menos hartos que nosotros aquí.
Así fue también en el Mundo Antiguo a ratos, como cuando Demóstenes pronunció sus ardorosas “filípicas”, y Cicerón sus “catilinarias”, sólo que en la actualidad no parecemos poder contar con tan convincentes liderazgos.
Razón de más, agrego, para que nos preocupemos e involucremos en los afanes colectivos que llamamos “la política” todos aquellos que no nos manifestamos habitualmente sobre puntos políticos perfectamente debatibles.
Por esa abstención colectiva nuestra, Guatemala se ha reducido a un entresijo de grupos minoritarios en el poder, la mayor parte de ellos muy corruptos, e incrustados en los centros neurálgicos del poder: la Presidencia de la República, la Corte Suprema de Justicia, la Corte de Constitucionalidad, el Congreso, el Ministerio Público, la SAT… y un largo etcétera de entidades públicas.
Pero eso público, es decir, lo político, nos concierne por naturaleza a todos, lo que hace que ninguno de nosotros pueda salir indemne de tanta degeneración en lo político. Los héroes aislados, que sí existen, a la hora de sumar resultados no cuentan. Así se explica que unos pocos logren salir de este lodazal más opulentos, o lo que le equivale, más privilegiados.
Pero ninguno al muy largo plazo. Recordemos, por ejemplo, el triste caso de Pablo Escobar, muerto relativamente joven. Al final, ¿de qué le valieron sus miles de millones de dólares que había extraído a sus conciudadanos por la fuerza de sus crímenes?
En cambio, hasta los mafiosos y los bandoleros de esa misma estirpe vivirían más seguros, y hasta más cómodos, igual que los demás, dentro de un pacífico Estado de Derecho, a diferencia de cualquiera de nuestras violentas anarquías en el subdesarrollo, como lo supo ilustrar con su habitual maestría Mario Vargas Llosa en su historia novelada “La Fiesta del Chivo”.
Lamentablemente, pensar y actuar al largo plazo es la carencia más notoria entre nuestras masas de amorales, sean muy ricos o todavía muy pobres…
Nos urge por todo ello cambiar el rumbo oficial de Guatemala. Las próximas elecciones podrían ser una oportunidad más para un giro radical. Pero para ello habríamos de superar nuestra habitual repugnancia hacia la política al uso, y creer y esperar que el cambio a fondo sí está al alcance de nuestras voluntades siempre.
De la casi totalidad de los candidatos hasta ahora oficialmente inscritos no es de esperar razonablemente que contribuyan a ese cambio de rumbo tan necesario. Roberto González Díaz Durán, alias “Canela”, es la excepción. Pero quienes lo auspician no lo son.
Por eso se nos prepara una sorpresa…
(Continuará)