NUESTRA PRINCIPAL CARENCIA: LECTORES CRITICOS
Por: Armando de la Torre
Guatemala ha progresado muchísimo. Su juventud está más alerta que nunca. El analfabetismo se ha reducido a un porciento insignificante. Pero algo todavía nos frena para podernos incorporar al mundo dizque desarrollado.
Otra lectura que se puede desprender de la primera vuelta electoral es, otra vez, se “impusieron los ingenuos y los iletrados”. Se dio numéricamente una excelente participación ciudadana, pero de los ingenuos e iletrados abrumadoramente. El ejercicio electoral fue enteramente democrático, y en cuanto tal, triunfó la voluntad de la mayoría.
Pero ninguna mayoría en el mundo acierta en sus opciones simplemente por ser mayoría. Ese es otro rasgo paradigmático de la mente populista. “Los buenos somos más”, nos reiteraba una y otra vez Alejandro Giammattei. ¿De veras? ¿Buenos para qué?
Yo jamás habría votado para un cargo público a la Madre Teresa de Calcuta, aunque humano de mayor calidad probablemente no lo hubo a lo largo de toda su vida. Sencillamente, la bondad no es por sí sola criterio suficiente para tomar decisiones en nombre de una mayoría.
La motivación para escribir estas líneas me ha sido dada por un breve escrito de Claudia Murga con el título de “Para detectar información falsa” (www.opinion.com/detalle-articulo.php?id0684). Le doy la bienvenida porque creo sinceramente que esta es una de nuestras falencias más obvias.
El principio de que la mayoría gobierne es enteramente legítimo y no menos enteramente falaz. Verdad y Bondad no son intercambiables excepto en el mundo utópico de las especulaciones más sublimes en torno al “Ser”. En este mundo de seres concretos y muy falibles tal ecuación no encaja. ¿Desde cuándo todo lo dicho por Hitler, Stalin o Castro ha sido enteramente mentira? ¿O todo lo afirmado por Francisco de Asís, Francisco de Sales o Juan Pablo II debe considerársele por la santidad de sus personas genuinamente verdaderos? Galileo fue condenado por un santo, Roberto Belarmino, y en la Inquisición trabajaron otros. Virtud y saber no son equiparables.
Pero también es cierto que el hombre o la mujer de virtudes heroicas están más proclive a acertar que quien se deja llevar por sus pasiones. “Los buenos somos más” y podemos equivocarnos. Lo contrario es un roce peligroso con el fanatismo.
De vuelta a las elecciones, tuvimos una oferta digna: Zury Ríos, Lizardo Sosa, Roberto González Díaz Durán, Alejandro Giammattei, Juan Guillermo Gutiérrez, José Ángel López, constituyeron un abanico de opciones políticas dignas de las de los países “desarrollados”. Pero, al final, el pueblo nos dejó a elegir para la segunda vuelta o a Jimmy Morales o a Sandra Torres.
Sandra Torres es la que más me intriga. Ya hizo gobierno y muy desastroso. Su visión de Estado es de lo más primitivo y patrimonial. Durante cuatro años, desvió miles de millones de impuesto hacia sus programas clientelares favoritos, como “Mi Familia Progresa” o “Bolsas Solidarias”. Ello nos dejó con una deuda interna y externa que pesará sobre nuestras cabezas por generaciones. Ella facilitó también el ingreso a puestos claves de la seguridad nacional a algunos de los más facinerosos exguerrilleros. Además dejó una estela de muertes misteriosas entre las personas que no eran particularmente de su agrado como Hugo Arce, Víctor Rivera, los Musa, padre e hija, o el todavía por aclarar definitivamente, el caso de Rodrigo Rosenberg. Militó en la guerrilla y pareció involucrada en el secuestro y posterior asesinato de la señora Novella.
Nadie ha escuchado de ella una refutación pormenorizada y diáfana para tamaño pasado. No le ha sido necesario. Una además elevada proporción de votantes se encogen de hombros, y se deciden por ella.
Entre nosotros, ¿los hechos no cuentan? ¿Sólo las promesas clientelares?
Así parece ser. Una gran porción de nuestros electores ejercen un juicio crítico sobre lo que oyen y lo que leen; pero otra porción no menos grande tienen del todo embotada su capacidad para discernir entre lo bueno y lo malo, lo conveniente y lo inconveniente, lo útil y lo dañino. Es la única explicación que me queda para explicarme los resultados de la primera vuelta electoral.
Y el tema de la ausencia de sentido crítico va de la mano con el nivel cultural. En esta época de la revolución digital el lenguaje se ha empobrecido en todas partes. Eso se nota hasta en las aulas universitarias, donde crecientemente los jóvenes estudiantes redactan lo más disparatados informes, no se les entiende cuando preguntan y responden falazmente cuando se les increpa.
El trabajo educativo se ha hecho más difícil y prolongado. Recuerdo una alocución del Mariscal von Moltke a los cadetes de Potsdam: “recuerden, señores, que una orden que puede ser mal interpretada, será mal interpretada”.
Por otra parte, veo con tristeza que los cursos universitarios de ética profesional desaparecen de entre los currículos de las distintas carreras universitarias.
Nos cuesta mucho entender y nos cuesta no menos sentirnos obligados éticamente a escoger a diario entre alternativas de lo más importantes.
Otra manera de percibir la primera vuelta de las elecciones…