No esa tonada, José Rubén (III)
Por: Armando de la Torre
Por último, José Rubén, estoy plenamente de acuerdo contigo que el Gobierno que nos aflige bajo Otto Pérez Molina es igual de pésimo que el anterior a cargo de Alvaro Colóm (¿o sería mejor decir de Sandra Torres?). Aunque también todos los que les habían precedido desde 1986 abusaron no menos de sus privilegiadas funciones, quizás a menor escala.
Lo que me lleva al siguiente punto: a ninguno de ellos lo considero peor persona que sus críticos fuera del poder. Son las reglas del juego político entre nosotros, hombres torpes y corruptibles, como lo somos todos en proporciones diversas, lo que además de minarnos el carácter nos arrebata la paz y concordia ciudadanas claves para el desarrollo de la entera comunidad nacional.
A este fin, propusieron hace unos cinco años sesenta y tres mil ciudadanos -y no los cinco mil que como mínimo prescribe la Constitución vigente- quienes oportunamente presentaron un pliego de reformas a la misma bien pensadas y armonizadas entre sí, que, sin embargo, el pleno del Congreso ilegalmente no quiso discutir con vista a una consulta popular que las refrendara.
La urgencia de hacerlo, empero, continúa y en el entre tanto se ha hecho más aguda. Una razón, entre muchas otras, es el asedio que el Ejecutivo hace a este medio independiente de opinión que tú presides. En un Estado de Derecho, ese acoso no solamente sería condenable desde cualquier punto de vista ético sino también muy efectivo a la hora de ejecutar la condena según la letra y al espíritu de la ley constitucional vigente de libre emisión del pensamiento (Art. 35).
El problema de fondo en todo ello es cierta irresponsabilidad generalizada entre gobernantes y gobernados. La mejor evidencia para ello son las altísimas tasas de impunidad a todos los niveles de la administración de la justicia, en especial lo que concierne a la labor del Ministerio Público. Somos un pueblo por eso acostumbrado a irrespetar la ley y las normas morales. Casi nadie en absoluto se ve obligado a pagar por sus transgresiones. Y esa descomposición empieza desde la cabeza, es decir, desde el Ejecutivo, y de ahí desciende y se derrama por los otros poderes, el Legislativo en primer lugar, y, muy lamentablemente, también por el Judicial hasta el último y más insignificante representante de la autoridad.
Y así nos encontramos hoy, reducidos ulteriormente a que se nos considere desde el extranjero menores de edad muy necesitados de tutela, ayer por una MINUGUA, hoy por una CICIG, mañana, tal vez, por una abierta intervención militar colectiva. Todos carcomidos por la desintegración moral que nos pone a pedir limosna del extranjero de rodillas. Y en el entre tanto, les acumulamos a nuestros “cooperantes” privilegio sobre privilegio en nuestros asuntos internos.
Peor aún, en nombre de una caótica y abusiva “defensa” de los derechos humanos por violentos ignorantes al estilo CUC y pandillas afines, incluso dentro del aparato estatal. Así nuestros pobres y menesterosos se mantienen sojuzgados, y los ricos y exitosos criminalmente extorsionados. ¿Y todavía nos preguntaremos por qué seguimos injustificadamente tan subdesarrollados?
En el sector público, catedráticos, profesores y maestros enseñan con demasiada frecuencia mal y obsoletamente. Igualmente magistrados, jueces y fiscales responden muchas veces a intereses perversos o político-partidistas. Y nuestros militares y policías parecen castrados, sobre todo desde el gobierno de Berger, por flojas autoridades civiles. Tampoco la SAT recauda, ni los Ministerios ejecutan. Y nuestro servicio exterior es un remedio de último recurso para repartir las migajas sobrantes de la mesa central del banquete.
Y, sin embargo, sorprendentemente la mayoría de los ciudadanos continúa en la esperanza de un cambio quasi milagroso que algún día nos acerque a un Estado de Derecho de veras.
Lo cual, sea dicho de paso, no es fácil de vislumbrar entre los candidatos punteros para las próximas elecciones generales. Por eso somos muchos los que rebuscamos por otros rincones de la oferta electoral opciones que aparenten prometer hacerlo mejor, como la del PAN, con Juan Guillermo Gutiérrez a la cabeza, o de VIVA, liderado por Cromwell Cuestas, o mi favorito del momento, el Partido Libertador Progresista, que postula a Zury Ríos Sosa como primera mujer Presidente de la República.
Para cualquiera de ellos, mi rasero evaluativo es el grado de responsabilidad plena que creo haber intuido en cada uno de ellos en el ejercicio de sus deberes, incluido entre estos últimos un apoyo sin restricciones a la consulta popular a la que serán sometidas las reformas propuestas a la Constitución hace casi cinco años y mencionadas por mí más arriba.
Pero por encima de todo, seguimos urgidos de “ideas claras”, querido José Rubén, antes de proceder a elegir (o a ser electos en septiembre). Incluso mantengo que la discusión pública de aquella propuesta de reformas resultaría en la óptima educación cívica de todos. Y una vez aprobadas, podremos estar ciertos de la reforma positiva del Estado que nos habrá de encaminar a lo que resta de un siglo XXI muchísimo más fecundo que el que le precedió.
A la raíz, por tanto, de nuestra actual postración colectiva creo poder identificar esa generalizada ausencia del sentido de responsabilidad personal, hoy no respaldada ni alentada por la ley a todo lo largo y ancho del territorio y de las estructuras gobernantes del país.
Espero José Rubén, que nunca cejes en tu edificante labor periodística aunque reconozcas eventuales errores de tu parte pues humano eres, ni que jamás cedas a la tonta comodidad que paraliza la iniciativa cívica de muchos, ni que sucumbas a los abusos y presiones ilegítimas de los poderosos del momento. No olvides que su hora pasará, pero su deshonra los atenazará hasta el día que hayan de rendir cuentas a Dios.
Y Guatemala, con tu participación, habrá respondido a su llamado de paraíso natural sin serpientes, eso sí, que aniden en los monopolios de los poderes coactivos del país.